La Galería Javier López inaugura la temporada expositiva con un proyecto colectivo en el que se propone jugar con obras de artistas de la galería claramente influidos por el Minimalismo, estableciendo una relación con sus predecesores cincuenta años después del nacimiento de un movimiento cuya objetividad está aún abierta a nuevas interpretaciones. Partiendo de una figura de la talla de Donald Judd, uno de sus principales exponentes, se plantea un recorrido por distintas manifestaciones artísticas próximas a esta tendencia comenzando por la relectura que hacen algunos de sus seguidores como John M. Armleder o Peter Halley. Otros creadores han ampliado el concepto de arte minimal profundizando en su interés por la experiencia perceptiva, como en el caso de Liam Gillick o Leo Villareal, o bien actualizando los principios normativos de simplicidad formal como Sarah Morris o Xavier Veilhan.
El término ‘Minimal Art’ fue empleado por primera vez en 1965 por el filósofo del arte Richard Wollheim para referirse a la obra de artistas que habían minimizado el contenido artístico de sus trabajos durante la primera mitad del s. XX. A principios de la década de los sesenta algunos creadores norteamericanos expusieron obras - objeto que desconcertaron tanto al público como a la crítica y a las que terminó aplicándose esta etiqueta. Frente a un panorama artístico dominado por la pintura expresionista abstracta y el Pop Art, los minimalistas optaron por la economía de medios para conseguir el máximo orden con los mínimos elementos significativos y aplicaron la premisa ‘menos es más’ a la elección de materiales, formas, colores y procesos constructivos.
Las propuestas minimalistas presentan un vocabulario básico y sintético a base de módulos o estructuras geométricas sencillas alineadas de manera simple - generalmente en series - dando lugar a composiciones no relacionales o jerarquizadas. En cuanto al aspecto técnico, se apropian de materiales ya elaborados mediante procedimientos industriales, sin apenas manipulación por parte del artista, dando así protagonismo al concepto frente a la ejecución. Al tratarse de obras referidas a sí mismas plantean una percepción concreta en un contexto dado. El antiilusionismo y el objetualismo característicos de estas instalaciones llevó al cuestionamiento de los géneros artísticos tradicionales y a establecer un vínculo más directo entre la obra, el espacio y el espectador.
Al igual que las obras minimalistas reflejan las formas de vida y las corrientes de pensamiento de su época, los artistas de generaciones posteriores han adaptado algunos de los postulados heredados de este movimiento a planteamientos propios de la sociedad y la cultura actuales. El diálogo entre las distintas piezas que conforman el conjunto de la exposición se inicia con una pieza de pared de Donald Judd, que tiene eco en las formas frías y rectilíneas de Peter Halley y en la trama arquitectónica de Sarah Morris. En la misma estela de la abstracción geométrica, José María Yturralde desarrolló su investigación entorno a los nexos entre ciencia y arte, explorando los límites de la pintura a través de la expresividad del color y la luz en el espacio. Leo Villareal recurre a la tecnología para crear experiencias sensoriales con instalaciones lumínicas a medio camino entre la escultura y la pintura, mientras que Liam Gillick, que se define como ‘creador de objetos’, se interesa por las cualidades de los materiales y las propiedades de las estructuras y colores para influir en la percepción del entorno. El dilema de la objetualidad es recogido por John M. Armleder, quien en sus ‘furniture - sculptures’ combina objetos cotidianos con pintura. Por último, Xavier Veilhan se sirve de materiales como las resinas de poliéster y poliuretano o el acero inoxidable pulido para crear esculturas en las que juega con la escala y la simplificación de la forma en una reinterpretación del género y de sus convencionalismos.